TIERRA DE FRONTERA
Lo mejor de la Selva Negra es el nombre: Schwarzwald. Y aunque no sea ni “selva” (wald significa bosque común) ni “negra” (tiene más árboles de hoja caduca que abetos), ese rótulo evoca algo oscuro y salvaje, misterioso, envuelto en brumas de leyenda. La fortaleza de Hohenzollern, del siglo XI y remodelada en el XIX, se erige sobre una colina de 850 metros en el límite de la Selva Negra y Suabia.
FRIBURGO
Puerta de entrada de la Selva Negra, Friburgo de Brisgovia –no confundir con el suizo, ni con los varios Friburgos allende las fronteras tudescas– es una ciudad repleta de alicientes. En la fotografía, monumento del cementerio principal.
PLAZA DE LA CATEDRAL DE FRIBURGO
Friburgo es una ciudad verde donde las haya. En cualquier plaza o recodo la mirada topa con la montaña, metida en las tripas urbanas. Además del entorno, en el centro se cuentan más bicicletas incluso que gorriones.
BOSQUES DE ENSUEÑO
Los romanos llamaron “selva negra” a este territorio por sus densas florestas. Aquellos temidos bosques ofrecen ahora bellas caminatas. Internándose hacia el sur pronto se da con el lago Titisee, la joya lacustre de la Selva Negra. La proximidad del monte Feldberg (1.493 metros), el pico más alto de la región, lo ha convertido en un destino vacacional tanto en verano como en invierno.
CASCADA DE TRIBERG, LA MÁS ALTA DE ALEMANIA
Si desde Friburgo se toma rumbo hacia el este, entraremos en la zona de los pueblos relojeros. Triberg, a 60 kilómetros, es el más famoso, aunque también lo es por la cascada que el río Gutach forma al despeñarse sobre lajas de granito.
GENGENBACH
Este pueblecito surge en mitad de la ruta de Friburgo a Baden-Baden como un decorado de cuento, o de película porque en sus calles se ha rodado, entre otras, Charlie y la fábrica de chocolate (2005). Calzadas empedradas, casas de entramado visto, fuentes, puertas fortificadas, un ayuntamiento barroco y un par de iglesias. Todo ello girando en torno a la Marktplatz, cuyo espacio se disputan las flores, los tabancos del mercado y las mesas de las terrazas. El Narrenmuseum expone máscaras y trajes de su particular carnaval o Fasend, que dura 6 días, 7 semanas antes de Pascua.
ABADÍA DE SANKT BLAISEN, CERCA DEL MONTE FELDBERG
Si desde Friburgo se toma rumbo hacia el este, entraremos en la zona de los pueblos relojeros.
MAULBRONN
En este monasterio cisterciense (1147) estudiaron el astrónomo Johannes Kepler y el escritor Hermann Hesse. Es Patrimonio Mundial. Poco más de media hora en coche separa Maulbronn de la ciudad de Baden-Baden, de nuevo en la zona vinícola del Rin.
SCHLUCHSEE
Este lago es famoso por su oferta en actividades náuticas y rutas senderistas. La garganta del río Wutach, conocida como el Gran Cañón de la Selva Negra, se localiza a apenas unos kilómetros hacia el este.
Magnífica cuando llega el otoño y se cubre de oro, la Selva Negra constituye en cualquier caso uno de los rincones más agrestes de Alemania. Se sitúa en el ángulo sudoeste del país, rozando Alsacia, los Vosgos franceses y el Jura suizo, con el Rin de frontera en ambos casos.
La parte sur de ese territorio es la más campestre y montañosa, también la más popular entre los alemanes y los foráneos. Porque hay que decir enseguida que la Selva Negra parece la cuna misma de algunos de los tópicos más extendidos sobre Alemania: las fachadas con entramado de madera, el jamón ahumado y embutidos emparentados, el reloj de cuco –que no inventaron los suizos–, el sombrero de cinco borlas o pompones rojos –que debidamente estilizado es el logo de la región–, la cerveza artesanal, incluso el vino…
Y por supuesto, la Naturaleza. Así, en mayúscula. La mitad de la región está ocupada por dos parques naturales, declarados Reserva de la Biosfera por la Unesco. Eso explica su fama como destino para practicar deportes de montaña en cualquier época, desde senderismo hasta esquí, pero también surf, vela o piragüismo en sus lagos de origen glaciar.
PRIMERA PARADA: FRIBURGO
La puerta hacia ese oscuro paraíso es Friburgo de Brisgovia, no confundir con el suizo, ni con los varios Friburgos allende las fronteras tudescas. Para el viajero que llega por primera vez hay unas cuantas cosas que saltan a la vista. Para empezar, la naturaleza: Friburgo es una ciudad verde donde las haya. En cualquier plaza o recodo la mirada topa con la montaña, metida en las tripas urbanas. Además del entorno, en el centro se cuentan más bicicletas incluso que gorriones. Y no solo eso: Friburgo se considera una de las ciudades pioneras en conciencia medioambiental de Europa.
Friburgo es una ciudad universitaria y como su población apenas suma unos 230.000 vecinos, los estudiantes se hacen notar fuera de las aulas. Llenan las terrazas y los kneipen (pubs) del centro o de la zona de Stühlinger –cerca de la Bahnhof o estación de trenes– y extienden la movida a las márgenes de los bächle o “arroyitos”, que son justamente eso, regatos que se le escapan a la montaña y que van de ser un simple hilo a formar un pequeño canal. La tradición asegura que si alguien cuela el pie en uno de esos canalillos, tiene asegurado el regreso a Friburgo.
La plaza de la Catedral, corazón del casco medieval, siempre bulle de actividad. Hay mercado a diario, excepto domingos y fiestas de guardar. Y a todas horas, la gente se sienta a charlar en el pretil de la fuente renacentista –policromada, como el tímpano y algunas estatuas de la Catedral– o se apalanca en poltronas delante de la Kaufhaus o lonja de mercaderes, almacén renacentista cuyo patio acoge conciertos. Otro lugar de encuentro son los dos Ayuntamientos y sus respectivas plazas. El Antiguo, que se hizo uniendo varias casas con gablete del siglo XVI, aloja la oficina de turismo. El Nuevo surgió de la reforma de un edificio universitario en torno a 1900. Su carillón solo se desata a mediodía. A esa hora más o menos, un domingo, Friburgo es un clamor de campanas como solo recuerdo en Roma.
Friburgo no termina ni mucho menos ahí. Quedan por ver la Casa de Erasmo, renacentista, en la que se alojó el pensador como refugiado; el convento de los Agustinos, hoy transformado en museo; el claustro gótico de los Franciscanos, destinado a conciertos; la posada más antigua de Alemania, Zum Roten Bären, en la Herrenstrasse…
LAS DELICIAS GASTRONÓMICAS
Podemos reponer fuerzas sentados a la mesa de algún gasthof o restaurante típico. En los pueblos se llaman bauernhof y sirven delicias como el jamón y los embutidos ahumados, los schäufele o costillas de cerdo, el zwiebelrosbroten o pastel de cebolla, que en realidad es un asado, acompañado casi siempre de schupfnudeln, unos fideos gruesos de patata. De postre no puede faltar la tarta de la Selva Negra. Pero ojo: no está hecha de chocolate negro, sino de cerezas (kirschtorte) embebida en el kirschwasser, el aguardiente de cereza que tan bien sienta las veladas de otoño, al calor de una kachelöfen, las enormes estufas de azulejos centroeuropeas.
Explorar la región en torno a Friburgo puede prolongar los alicientes gastronómicos. Encontraremos pueblos entregados al júbilo otoñal de las fiestas de la vendimia, y si en una casa o taberna hay colgado un ramo de abedul significará que allí se despacha vino nuevo. Al oeste de Friburgo, casi en la frontera con Francia y cerca de la ciudad de Breisach, la montaña volcánica de Kaiserstuhl (Silla del Kaiser), de 560 metros, brinda sus laderas al cultivo de la uva con la que se producen algunos de los mejores vinos de Alemania.
Si desde Friburgo se toma rumbo hacia el este, entraremos en la zona de los pueblos relojeros. Triberg, a 60 kilómetros, es el más famoso, aunque también lo es por la cascada que el río Gutach forma al despeñarse sobre lajas de granito, dando lugar al salto más alto de Alemania, de unos 150 metros. Desde el centro de Triberg hasta la cascada hay un paseo de una media hora, bien señalizado. El pueblo alberga también el Museo de la Selva Negra, que muestra artesanía, cacharros ancestrales y por supuesto, relojes de cuco. Si se visita la tienda Haus der 1000 Uhren, la tentación de comprar uno será difícil de resistir.
Triberg y la cercana Furtwangen –con otro museo de relojes– se sitúan en la llamada Carretera de los Relojes, una ruta circular de 320 km que parte de Villingen-Schwenningen. Y ya que estamos por la zona, merece la pena realizar dos paradas interesantes. La primera, cerca de Furtwangen, en el punto donde brota el río Breg, cuyas aguas son consideradas la verdadera fuente del río Danubio. La segunda, en el pueblo de Gutach cuando se celebre algún festejo, el momento perfecto para admirar el vestido tradicional de las mujeres, con un sombrero cargado de pompones rojos o negros, según si son solteras o casadas.
Internándose hacia el sur pronto se da con el lago Titisee, la joya lacustre de la Selva Negra. La proximidad del monte Feldberg (1.493 metros), el pico más alto de la región, lo ha convertido en un destino vacacional tanto en verano como en invierno, cuando sus laderas permiten la práctica del esquí y otros deportes de nieve. A menos de 5 kilómetros, el pueblo de Hinterzarten muestra la arquitectura del siglo XIII en su iglesia de San Osvaldo y algunas casas de entramado. La posada Weisses Rossle es algo más “joven”, de 1347. También hay un museo del esquí.
Siguiendo 25 kilómetros al sur aparece otro lago, el Schluchsee, un centro bullicioso de deportes acuáticos, senderismo y deportes de invierno porque hasta aquí llegan las faldas del majestuoso Feldberg. A poca distancia, la blanca y barroca abadía de Sankt Blasien ofrece una pausa artística a la ruta. Inspirada en el Panteón de Roma, su cúpula está decorada con un enorme fresco.
La garganta del río Wutach, conocida como el Gran Cañón de la Selva Negra, se localiza a apenas unos kilómetros hacia el este. Antes de desembocar en el Rin, el Wutach ha excavado un desfiladero de gran belleza que puede contemplarse a lo largo de una ruta de 13 kilómetros desde Schattenmühle.
LOS SECRETOS DEL OESTE
Cambio de rumbo hacia poniente para entrar en el Valle del Infierno (Höllental), del cual se sale en Himmelreich, el “Reino de los Cielos”. El nombre le fue dado, al parecer, por los obreros ferroviarios del siglo XIX, que llegaban al pueblo después de dedicar el día a luchar contra la potente naturaleza del valle. Lo de Infierno tal vez tenga que ver con el mito del Doctor Fausto y su pacto con el Diablo. Y Goethe sitúa en Staufen, a la salida del valle, el escenario de esa alianza para alcanzar la juventud y el amor a cambio del alma. En la Gasthaus zum Löwen (Posada del Lobo) nos explicarán que allí sucedió un hecho que originó el mito de Fausto. Dejémonos pues llevar por las leyendas para continuar la ruta por la bella Schwarzwald.