LA CAMARGA FRANCESA

CABALLOS DE LA CAMARGA

La raza autóctona de estas tierras del sur de Francia hace siglos que se cría y vive en libertad entre las marismas que se forman en el delta del Ródano.

AIGUES-MORTES

La ciudad antigua está rodeada por una muralla del siglo XIII que ha llegado hasta nuestros días. En la imagen, la torre Constance.

TORO DE CAMARGA

El toro de la Camarga es la raza bovina autóctona.

PARQUE ORNITOLÓGICO DE PONT DU GAU

Los flamencos son los grandes protagonistas de esta llanura fluvial en la que anidan centenares de aves.

SAINTES-MARIES-DE-LA MER

La iglesia de Notre Dame, en Saintes-Maries-de-la Mer.

ARLES

El anfiteatro de Arles, en pleno centro, es uno de los monumentos romanos mejor conservados de la Provenza.

LUGARES PARA PASAR EL DÍA

Aigues-Mortes. Todavía fortificada por murallas del siglo XIII, llegó a ser el principal puerto de Francia, del que partieron las cruzadas medievales.
2 Sainte-Maries-de-la-Mer. Van Gogh pintó varias marinas de esta localidad.
3 Parque Ornitológico Pont du Gau. Este refugio natural está pensado para contemplar a las aves en libertad.
4 Arles. En su legado romano destaca el anfiteatro de la Arena (s. I), que tenía aforo para 14.000 personas.

La Camarga es la gran marisma del sur de Francia, un paraíso natural en la Provenza que, además de paisajes deslumbrantes, posee pueblos de pescadores y antiguas tradiciones. Situada entre los dos brazos en que se divide el río Ródano cuando desemboca en el Mediterráneo, abarca una zona húmeda (85.000 Ha) de marismas, salinas y arrozales, terrenos abiertos por los que galopan caballos blancos, pacen toros bravos y se concentran flamencos rosados.

La puerta oeste para visitar este parque natural es la localidad de Aigues-Mortes. La carretera que lleva hasta ella es espectacular porque va bordeando la costa, con el mar a un lado y, al otro, una sucesión de lagunas. Al aproximarnos vemos que el entorno que rodea la ciudad reverbera al sol como un espejo de agua, puesto que los 8 kilómetros que la separan del mar están cubiertos por marismas.
Aigues-Mortes conserva sus murallas del siglo XIII, sobre las que se ha creado un paseo panorámico. La ciudad fue mandada construir por el rey Luis IX, que quería dotar a Francia de un puerto mediterráneo.

La torre Constance, que fue prisión y faro, aún guarda la entrada por mar a la villa. En las callejuelas del centro, las tiendas muestran la tradición gastronómica y artesanal de los humedales de la Camarga y del resto de la Provenza: venden lavanda, jabones de aceite vegetal, telas con estampados provenzales, flor de sal de salinas que se explotan desde el siglo XVIII y «santones», pequeñas figuras de terracota.

De camino hacia Saintes-Maries-de-la-Mer, 30 kilómetros al este, hay que deleitarse contemplando las marismas donde el agua de mar y la dulce del Ródano juegan al equilibrio. Porque el paisaje es, sin duda, el protagonista de esta región de humedales que, además, es un refugio de aves, con cañaverales donde anidan y salinas con nubes rosas que, al acercarse, resultan ser grupos de flamencos. La zona está surcada por multitud de caminos. Al recorrerlos es habitual toparse con caballos de la raza autóctona Camarga (tamaño pequeño, pelo blanco y crin larga), que se crían en manada y en semilibertad; en los pueblos hay empresas que organizan excursiones a caballo y en calesa. También hay toros bravos (pequeño, de pelaje negro y brillante), a los que es fácil ver paciendo entre las marismas.

FIESTAS TRADICIONALES

Los caballos y toros de la Camarga tienen un papel esencial en las fiestas más tradicionales. En algunas se deja a los caballos galopar libremente por las playas o por las calles de los pueblos, y en otras ayudan a los gardians (jinetes) a recoger al ganado en los rediles. La playa de Saintes-Maries-de-la-Mer es, precisamente, el escenario de una de las fiestas más famosas, el Abrivado, que cada noviembre reúne a grandes manadas y a más de 200 gardians vestidos al estilo tradicional.

Saintes-Maries-de-la-Mer, considerado el corazón de la Camarga, conserva sus casas blancas de pescadores y varias cabañas tradicionales –con tejado de carrizo a dos aguas–, algunas reconvertidas para el turismo rural. La iglesia fortificada de Notre Dame de la Mer (siglo XII) preside el pueblo. La cripta guarda la imagen de Sara la Negra, patrona de los gitanos, que cada mes de mayo es llevada en procesión hasta el mar. En el centro hay tabernas donde degustar guisos típicos como el gardiane (estofado de carne de toro) y tiendas donde comprar frutas confitadas, vino del Luberon y, especialmente, el arroz de la zona. Desde el puerto salen excursiones en barca que navegan entre las marismas y otras a pie que acceden a los faros de esta costa: Gacholle, Beaudeuc o Faraman, este sobre una isla a la que se llega por un camino de grava.Desde Saintes-Maries-de-la-Mer se sigue hacia el norte, en dirección a Arles. En ruta es recomendable visitar el Parque Ornitológico de Pont de Gau, una reserva de 60 hectáreas. Desde sus miradores o sus senderos (hay 7 km) se pueden contemplar muy de cerca hasta 300 especies de aves como garzas, cigüeñas o flamencos. También es una parada de interés el Museo de la Camarga, en el que se explica la historia y los ecosistemas de esta región natural, así como el modo de vida tradicional de sus gentes.

Arles, donde el Ródano se bifurca en dos (Grand Rhône y Petit Rhône), tiene un centro antiguo repleto de callejuelas encantadoras y, además, organiza uno de los mercados de alimentos más animados de la región. La ciudad fue fundada por los griegos en el siglo VI a.C., y luego conquistada por los romanos, de quienes conserva un vasto legado (anfiteatro de la Arena, teatro, termas de Constantino…); hasta ocho de sus monumentos están declarados Patrimonio de la Unesco.

A inicios del siglo XX, Arles atrajo a muchos artistas. Gauguin y Picasso pasaron por allí, pero el que dejó más huella fue Van Gogh. El pintor, fascinado por la luz de la región, vivió allí más de un año, en una etapa muy creativa en la que pintó más de 300 cuadros. Una ruta por la ciudad enlaza los escenarios reales de algunas de sus obras.
Antes de concluir vale la pena recorrer 19 kilómetros más y llegar al pueblo de Les Baux-de-Provence, una ciudadela colgada en un roquedo de los montes Alpilles, con callejuelas empedradas, palacetes renacentistas y bellas vistas. El broche perfecto al viaje por esta región del sur de Francia, rica en sensaciones.

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