VIENA, LA BELLA CIUDAD DEL DANUBIO

La capital austriaca asombra con su legado imperial y su vitalidad, cuyos jardines, palacios y museos tiene una amplia oferta de actividades y festivales musicales.

HOFBURG

El Palacio Imperial es un gran complejo residencial y museístico encajado en medio de la ciudad. Por encima de las glorias militares y políticas del pasado, el arte y la cultura suponen el verdadero patrimonio de esta ciudad. El mismo Hofburg, residencia principal de los Habsburgo, aloja la maravillosa Biblioteca Nacional de Austria, un derroche de belleza barroca cuya Sala de Gala se cuenta entre las más bellas del mundo.

LEOPOLD MUSEUM

La gran pinacoteca del MuseumsQuartier (MQ) exhibe la mayor colección de Gustav Klimt y Egon Schiele. En la fotografía, Muerte y vida (1916), de Klimt. En el MQ se dan cita las artes plásticas y escénicas, lo último en diseño y videojuegos, así como festivales literarios y musicales. Incluye edificios de los siglos XVIII y XIX y otros de vanguardia

KARLSKIRCHE, SIGLO XVIII

Desde esta iglesia de 1731 y decorada con frescos deslumbrantes, se puede iniciar un paseo hacia el Belvedere, un conjunto de dos palacios separados por un jardín de estilo francés. Junto al edificio superior, se encuentra el interesante Jardín Botánico de la Universidad de Viena.

PALACIO BELVEDERE

Este inmenso recinto del siglo XVII se compone de dos palacios unidos por un jardín francés. Uno de los grandes capitales de la Viena contemporánea reside en sus parques. Incluso los palacios que antaño fueron residencias privadas de nobles y emperadores ahora son, además de museos y espacios en su mayoría accesibles, zonas verdes abiertas al público.

BIBLIOTECA NACIONAL

La Sala de Gala está coronada por una cúpula decorada con frescos. Es una de las joyas del palacio Imperial o Hofburg.

EL PRATER

Vista desde la Torre del Danubio, instalada en la orilla norte, al otro lado de la Donauinsel. Los parques vieneses son tantos y tan diversos que se puede trazar un itinerario dedicado por entero a ellos.

PALACIO SCHONBRUNN

De aires versallescos, la residencia estival de los Habsburgo cuenta con 1441 salas, de las cuales pueden visitarse solo 45. El parque está abierto todo el año.

CASA HUNDERTWASSER – VIENA

El distrito 3 de Viena alberga uno de los edificios más singulares y coloridos de Austria. Se trata de la Casa Hundertwasser (Kegelgasse 37-39), un proyecto del artista Friedensreich Hundertwasser –su nombre real es Friedrich Stowasser (1928-2000)–, construido entre 1983 y 1985 con la colaboración de los arquitectos Josef Krawina y Peter Pelikan. Es un edificio de viviendas, en el que los propietarios pueden decorar la parte de fachada que rodea sus ventanas, así que solo puede admirarse desde el exterior. Enfrente se halla la Hundertwasser Village, un antiguo taller de neumáticos transformado por el artista en centro comercial con una plazoleta rodeada de árboles en el centro. El Museo Hundertwasser alberga la colección de obras de arte del pintor Freidrich Hundertwasser.

CASA DE LAS PALMERAS

El invernadero de los jardines de Schönbrunn se considera uno de los más bellos de Europa. Más de 4.000 especies distintas de plantas de todo el mundo forman parte de la colección histórica de los Jardines Federales Austríacos.

AYUNTAMIENTO

Los edificios que flanquean la Ringstrasse recuerdan que, bajo ese halo imperial y aristocrático, Viena también fue pensada para la ciudadanía. El edificio neogótico del Rathaus se erige en medio de la ciudad, a pocos pasos de la Ópera. En la imagen, el patio interior.

BARRIO DE LOS MUSEOS

El edificio de basalto del MUMOK ocupa uno de los costados de la gran plaza de este sector dedicado a las artes plásticas y escénicas. Este baño de arte culmina en verano con los festivales de música, cine y danza  al aire libre que se organizan en la gran plaza. Un final apoteósico al paseo por la bella Viena.

Parques, jardines y avenidas se alían para que la vieja ciudad imperial y la urbe moderna se den la mano cada nuevo estío, se pongan su mejor vestido de fiesta y celebren la historia y el arte que ha hecho de esta capital una de las más bellas de Europa.

De origen celta, luego germánica y después colonizada por Roma, Viena fue con frecuencia un territorio fronterizo, primero entre romanos y bárbaros, siglos más tarde entre la cristiandad y el Imperio otomano o, hasta la caída del Muro de Berlín hace casi tres décadas, entre Occidente y el Pacto de Varsovia. Durante la Guerra Fría tuvo el telón de acero a solo unas decenas de kilómetros; con el bloque soviético tras las fronteras de Hungría y la antigua Checoslovaquia, Viena se convirtió en centro de espías y conspiraciones, como lo fuera en el pasado a las puertas de las dos guerras mundiales.

APOGEO EN EL SIGLO XX

Ese carácter fronterizo, sin embargo, no le impidió a Viena conservar su condición de ciudad cosmopolita y corazón de Europa, en especial durante el apogeo de los Habsburgo y mientras fue la gran metrópoli del Imperio austrohúngaro junto con Budapest. Ni siquiera el colapso de aquel vasto y babélico reino al terminar la Primera Guerra Mundial trajo el declive a Viena. Su vida artística e intelectual floreció en el período de entreguerras, y únicamente la pesadilla del nazismo consiguió destruir la riqueza y diversidad cultural de la sociedad vienesa.

Un caso paradigmático es el del escritor Stefan Zweig (1881-1942), judío vienés exiliado que, hasta el temprano fin de sus días, rememoró en sus libros una civilización que se desmoronaba. Su legado sobrevivó a la barbarie, como la obra de Joseph Roth (1894-1939), originario de los confines orientales del imperio, que en sus crónicas retrató como nadie la Viena de aquel tiempo de entreguerras. El psicoanalista Sigmund Freud, otro intelectual vienés de origen judío que murió exiliado en Londres, vivió y pasó consulta en el número 19 de la calle Bergasse, transformada ahora en un museo.

Todos esos avatares de la historia fueron dejando su impronta, todavía visible a día de hoy. La prueba más evidente y, veleidades del destino, también la más hermosa, es la Ringstrasse, la avenida semicircular de 5,3 kilómetros que rodea el núcleo antiguo de Viena. Este elegante cinturón se empezó a construir en 1857 por orden del emperador Francisco José y las obras duraron cinco décadas. Ocupa el lugar de la muralla levantada para defender la ciudad del asedio turco y napoleónico. En el siglo XVI había casi un centenar de metros de espacio diáfano para maniobras militares, un margen que se fue ampliando hasta mediados del XIX, cuando empezaron a erigirse palacios y jardines extramuros.

Hoy en día el Ring (su popular abreviatura) se ha convertido en uno de los bulevares más bellos del mundo. Quizá el mejor modo de descubrir Viena por primera vez sea recorrer ese anillo urbano a bordo de un tranvía. O bien, sin prisa y con la suave temperatura del verano vienés, hacerlo a pie y desviarse por las plazas y calles vecinas para contemplar edificios monumentales como el neogótico Ayuntamiento o Rathaus, la elegante Ópera Estatal o Staatsoper, y el Burgtheater o Teatro Nacional, decorado con frescos de Klimt.

EL LEGADO DE LOS HABSBURGO

La grandeza de la época imperial está presente en todo momento, con el palacio de Hofburg como centro neurálgico del poder de los Habsburgo. Pero, por encima de las glorias militares y políticas del pasado, el arte y la cultura suponen el verdadero patrimonio de esta ciudad. El mismo Hofburg, residencia principal de los Habsburgo, aloja la maravillosa Biblioteca Nacional de Austria, un derroche de belleza barroca cuya Sala de Gala se cuenta entre las más bellas del mundo.

Los edificios que flanquean la Ringstrasse recuerdan que, bajo ese halo imperial y aristocrático, Viena también fue pensada para la ciudadanía. Los museos casi gemelos de Historia del Arte e Historia Natural, el Parlamento, el Ayuntamiento, la Universidad y, sobre todo, la majestuosa Ópera o el Burgtheater dan fe de ello. Y es que, de todas las manifestaciones artísticas que se han cultivado en Viena, la música clásica es quizá la que le ha dado su proyección más universal. Schubert, Schönberg y Johann Strauss nacieron y trabajaron aquí, y dos genios universales, Mozart y Beethoven, también vivieron y crearon en esta ciudad mecida por el Danubio.

Uno de los grandes capitales de la Viena contemporánea reside en sus parques. Incluso los palacios que antaño fueron residencias privadas de nobles y emperadores ahora son, además de museos y espacios en su mayoría accesibles, zonas verdes abiertas al público. Los parques vieneses son tantos y tan diversos que se puede trazar un itinerario dedicado por entero a ellos. Un buen comienzo consiste en caminar al sur de la barroca Karlskirche –de 1731 y decorada con frescos deslumbrantes– hacia el Belvedere, un conjunto de dos palacios separados por un jardín de estilo francés. Junto al edificio superior, se encuentra el interesante Jardín Botánico de la Universidad de Viena.

En el versallesco palacio de Schönbrunn, la residencia estival de los Habsburgo –hoy integrada en la ciudad–, los jardines exhiben la más refinada expresión del paisajismo barroco. Fuentes y glorietas, miradores y cafés en edificios anexos, incluso un parque zoológico, construcciones modernistas de hierro y vidrio, laberintos vegetales y zonas semiboscosas. Este inmenso recinto verde hace olvidar al paseante que se encuentra en pleno siglo XXI y en una de las capitales más modernas de Europa. Para volver a la realidad basta con tomar un tranvía de regreso al centro y perder unas horas observando los escaparates comerciales de la peatonal avenida Graben, o incluso entrar en alguna confitería o café.

Si se opta por subir al metro, la línea U1 (Roja) conduce al otro gran pulmón verde de Viena, el Prater. Con una superficie de 6 km2, este antiguo coto de caza fue un regalo del emperador a la ciudad en 1766. Merece la pena subir a la noria del parque de atracciones, en funcionamiento desde finales del XIX. Su silueta es una de las imágenes más características de Viena, inmortalizada por la mítica escena de la huida del personaje interpretado por Orson Welles en El tercer hombre (Carol Reed, 1949). Dentro de una de sus góndolas a 65 metros de altura, se tiene una estupenda vista del centro y de las interminable arboledas del Prater, que en verano invitan a dar largos paseos.

POR LAS ORILLAS DEL DANUBIO

El suave clima estival es una deliciosa tentación para disfrutar de los espacios al aire libre. Como el canal del Danubio, que al empezar el mes de junio ya abre piscinas, bares, restaurantes y terrazas para aprovechar al máximo el sol. Entre el Prater y la Ringstrasse, se localiza el hermoso y concurrido Stadpark. Otro enclave ideal para pasar una mañana son las numerosas plazas ajardinadas, como la del Ayuntamiento, lugar del gran mercado navideño en invierno que con el buen tiempo se llena de actividades culturales y musicales.

Alcanzamos la orilla del Danubio a través del distrito de Leopold y después de dejar a un lado la neogótica iglesia de San Francisco de Asís. Una alargada isla artificial se extiende a lo largo de su brazo más domesticado. Es la Donauinsel, transformada en una inmensa zona verde con áreas de pícnic y senderos para circular en bicicleta.

Al otro lado de la isla, se llega al curso original del gran río. Todo este sector invita a disfrutar del buen tiempo: playas fluviales muy animadas los días soleados, zonas de acampada y pícnic, actividades acuáticas y cruceros por el Danubio; y de noche, restaurantes para cenar, locales de copas y música en vivo. Y como telón de fondo, los edificios más modernos de Viena que, iluminados, ofrecen un perfil muy distinto de la capital austriaca.

Justo en el centro de esa zona se encuentra la Torre Danubio, con un café restaurante y una terraza a 150 metros de altura. En un día despejado, se observa que Viena está casi rodeada por una gran masa forestal, en especial en dirección noroeste. Allí se localiza el Wienerwald o Bosque de Viena, que ofrece la oportunidad de sumergirse en plena naturaleza a pocos minutos de haber abandonado el centro de la capital.

Las estribaciones de los Alpes Orientales empiezan justo en esas colinas, entre viñedos y bosques frondosos por los que aún merodean ciervos y jabalís. El Wienerwald puede ocupar tranquilamente una jornada entera. Se puede visitar un castillo, un monasterio, el lugar de una batalla contra los turcos o las tropas de Napoleón, o ascender al monte Kahlenberg (484 metros), desde donde se divisa, siempre que el cielo no cierre su capota, el horizonte de la ciudad a orillas del Danubio.

Incluso en verano el clima puede cambiar de un momento a otro. Por fortuna, Viena ofrece mil estímulos para que resguardarse de un chaparrón se convierta en una experiencia placentera. Como los célebres cafés, que crearon escuela en el resto de Europa.

CAFÉS CON HISTORIA

Escritores, filósofos, artistas, músicos, políticos y revolucionarios de los últimos dos siglos han pasado largos ratos de tertulia en los cafés de la capital austriaca. En el solemne y concurrido Central o en el legendario Mozart. En el Sacher, junto al hotel homónimo y cuna de la famosa tarta de chocolate que lleva su nombre. En el carismático Hawelka, regentado por tres generaciones de una misma familia. O en el Bräunerhof y el Goldegg, menos atestados de visitantes ocasionales y donde los vieneses todavía dejan pasar las horas en compañía o ensimismados en el placer solitario de leer la prensa del día. Si hay una ciudad en Europa que ha sabido conservar la atmósfera de los cafés decimonónicos, esa es sin duda la capital austriaca.

El arte y la historia de Austria y Europa aguardan en cada esquina de Viena. Tras la Segunda Guerra Mundial, la ciudad estuvo apenas una década repartida entre las fuerzas de ocupación aliadas. Gracias a esa breve intervención, hoy es posible realizar un viaje en el tiempo y hallar muestras arquitectónicas de épocas muy distintas.

La metrópoli en la que las corrientes artísticas más audaces de Europa cobraron vida para renovar el paisaje urbano, aún asombra. Por ejemplo, el edificio Sezession (Pabellón Secesión), de Joseph Olbrich, fácil de distinguir por la bola dorada que lo corona y la fachada blanca con la inscripción Vera Sacrum (primavera sagrada), nombre de la revista del movimiento Jugendstil o modernismo germánico.

Cerca de ahí se alza la Karlskirche, una delicia barroca enmarcada por dos columnas con relieves inspiradas en las de Trajano de Roma. A poca distancia de ambas, una de las descomunales torres de defensa antiaérea levantadas por los nazis se mantiene todavía en pie, casi camuflada por los árboles y edificios del barrio. El contraste arquitectónico continúa con los sobrios edificios de Adolf Loos y los otros grandes templos de la ciudad: la catedral de San Esteban, la Votivkirche y la iglesia gótica de los Agustinos, que alberga la cripta imperial donde se custodian los corazones de los descorazonados Habsburgo.

ARTE POR DOQUIER

Los museos de esta capital entregada al arte justifican por sí mismos un viaje. Además de los que albergan los palacios Schönbrunn, Hofburg y Belvedere, merecen una visita los que se sitúan junto al Hofburg: el Museo Albertina, por su colección de dibujos de maestros como Miguel Ángel, Durero o Picasso; el Museo de Historia del Arte y el de Historia Natural, situados uno frente al otro; y el magnífico Weltmuseum, de etnografía. Menos conocidos pero interesantísimos son el Museo de Artes Aplicadas (MAK) y el Museo Liechtenstein, con obras de Rubens y Rembrandt.

El paseo museístico tiene una cita en el MuseumsQuartier (MQ), que ocupa las antiguas caballerizas imperiales. Aquí se dan cita las artes plásticas y escénicas, lo último en diseño y videojuegos, así como festivales literarios y musicales. Incluye edificios de los siglos XVIII y XIX y otros de vanguardia, además de restaurantes y tiendas dispuestos alrededor de una enorme ágora con un estanque y butacas de diseño.

El interés artístico del MQ se centra en torno a tres museos claves: el MUMOK, un cubo de basalto negro y líneas curvas que expone vanguardia internacional y austriaca; el Leopold Museum, con la mayor parte de la obra de Egon Schiele y Klimt; el Centro de Arquitectura, referente mundial; y el Quartier21, especializado en el siglo XXI. Este baño de arte culmina en verano con los festivales de música, cine y danza al aire libre que se organizan en la gran plaza. Un final apoteósico al paseo por la bella Viena.

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